Reseña escolar de un desescolarizado

La caminata en el desierto

Hoy quiero contarte la historia de Josh (14 años), él es mi segundo hijo, me embaracé de él cuando ingresé a la universidad para retomar mis estudios, los cuales dejé inconclusos cuando me casé. Dado que aún estudiaba cuando nació, sus abuelos paternos nos ayudaron a cuidarlo durante las tardes a fin de que terminara mis estudios, por lo que no estuve muy presente los primeros años de vida. Cuándo llegó el momento de ingresar al preescolar decidí que era muy pequeño y no quise que entrará hasta el segundo año.

2o de preescolar

Siempre fue muy contento a la escuela, era un niño muy sociable, ocurrente y gracioso, así que la integración social nunca ha sido un problema para él, pero sí en cuanto a la participación en clase, seguir instrucciones, realizar actividades. La maestra se lo atribuía al hecho que entró tarde al preescolar, que ese año le estaba haciendo falta, pero hasta este punto todo parecía muy normal, lo que yo observaba es que él solo quería jugar.
Una vez en una obra infantil, a él lo pusieron del viento porque así se podía justificar que fuera  a cualquier lado,  la maestra fue muy creativa al integrarlo de esta manera y efectivamente él iba por doquier sin prestar atención a su entorno.

3o de preescolar 

Nos cambiamos a una nueva escuela cercana a casa, la maestra me señala que es disperso, no es inquieto pero no pone atención a clase, ese año la gran mayoría salió escribiendo y leyendo, él no.

1o de primaria

Tiene una maestra que con mucho amor y apoyo logró que aprendiera a leer y escribir, sabía cómo motivarlo, pero también me reportaba que el niño era muy soñador, se ausentaba, se perdía en sus pensamientos, para entonces yo ya trabajaba en el mismo colegio, por lo que la comunicación con las maestras era muy directa.
El niño no está a la par de sus compañeros, lo meto a curso de verano de regularización… no funciona.

2o 

 la escuela decidió que continuaran con la misma maestra y él salía adelante, aunque con la misma observación y no al nivel del grupo.

3o  

Cambian de maestra, para esta edad ya se requiere que los niños anoten su tarea, hagan apuntes, etc. Yo siempre tenía que pasar por él al salón para ver que la hubiera anotado, que tuviera sus libros, recogiera sus cosas, etc. Al ser un grado con más exigencia comenzaba a notarse mucho más la brecha entre sus compañeros, empezaba el rezago académico y él empezaba a notarlo también.  De nuevo la maestra señalaba que se perdía, que no participaba, que no acababa actividades, etc.  Yo lo observaba en el patio de la escuela, en sus clases de deportes o en el receso y podía ver la forma en la que interactuaban los niños, mi hijo no se veía de la misma edad.
En este tiempo también comenzaron problemas con un maestro de inglés, el cuál no tenía la capacidad de integrarlo, así que cuando mi hijo  pedía permiso para ir al baño  ya no regresaba a la clase o se tardaba muchísimo en regresar, para el maestro mejor, así no tenía que “batallar” con el niño que no quiere trabajar, además si algún día faltaba a clase el maestro le hacía comentarios como “Tan a gusto que trabajamos ayer sin ti” la jefa del departamento de inglés optó por tener ella al niño, ¡qué curioso! con ella sí trabajaba.

4o 

Decidí cambiar de escuela para ver si un cambio de ambiente le ayudaba, quería que tuviera la oportunidad de empezar de cero, donde no estuviera ya estigmatizado.
Ese año comenzó bien, con el cambio se motivó, pero poco a poco era lo mismo, en esta ocasión yo no estaba ahí para ayudarlo a anotar su tarea, para ver que trajera los libros, que no perdiera el suéter, la lonchera, etc. Por mi trabajo no podía pasar por ellos a la escuela o no en tiempo para hablar con la maestra.
 Ese año hubo mucha tensión en casa, porque continuamente me mandaban citar para decirme que el niño no quería trabajar, que no va al mismo ritmo que sus compañeros, que le hablan o le preguntan algo y no responde y cosas cotidianas como si anotaba la tarea no traía los libros, si traía los libros no había anotado la tarea o no traía ni agenda ni libros.
Es en este periodo en el que decido renunciar y tomar las riendas de mi familia, comencé por recogerlos todos los días, quedarme a hablar con la maestra, revisar agenda, apoyar con las tareas en casa, ir a las juntas de padres, eventos, etc. Todo eso que no estaba haciendo… trabajé en equipo con su maestra, afortunadamente ella tenía mucha disposición y yo estaba empeñada en sacar a mi hijo adelante, pensaba que todo lo que él necesitaba era atención y amor, que lo que sea que tuviera lo podía “curar” con amor, comencé a ver resultados, sacamos adelante el ciclo escolar con éxito, muy bien ¡bravo!
Para este entonces ya educaba a Santiago en casa (3 años)

5o 

Hubo cambio de maestro, cambio de estilo de enseñanza, más carga académica, más exigencia, más tareas, etc.
Este año tenía toda mi buena disposición y tiempo. Pero los viejos fantasmas aparecieron nuevamente, inatención en clase, que el maestro también traducía por indiferencia y apatía, el rezago era aún más evidente. Hablé con el maestro para ver si podíamos trabajar en equipo como con la maestra anterior y  me dijo que él no hacia anotaciones en la agenda de tareas,  ni se iba a poner a ver si anotó la tarea, que ellos ya eran grandes para poder hacerlo y debían ser responsables; probablemente tenía razón pero yo no veía cómo mi hijo iba a poder. Cuando llega la primera evaluación vimos un retroceso, todo lo que habíamos logrado con esfuerzo se esfumó y quiero que entiendan algo, cuando eres un padre del sistema, lo más importante son las notas, las calificaciones, ese es el sistema establecido para medir el aprendizaje de tus hijos, lo que determina si serán exitosos o no; nunca he estado de acuerdo con esto pero si estás en el sistema juegas con sus reglas.

Camino a casa

Me doy cuenta de que esto no es lo que mi hijo necesita, que el sistema no funciona para niños como él, que no puede ir al mismo ritmo que los otros niños y que siempre estaría rezagado, nunca los iba a poder alcanzar y estar en el mismo nivel, que necesitaba aprender a su ritmo, con una educación personalizada, con recursos y estrategias acorde a su estilo de aprendizaje, en un ambiente en el que pudiera desarrollarse sanamente sin el estigma de ser el burro del salón, donde pudiera sanar heridas y nutrir su autoestima.

Así que en este punto tomo la decisión de sacarlo de la escuela, no hasta que termine el ciclo, sino en esa misma semana, recuerdo perfecto que el último evento que asistimos fue el día de muertos. Cuando fui a hablar con la directora le dije que quería sacarlo para poder regularizarlo en casa, sí,  ese era mi plan, como si se tratara de una rehabilitación, y después que se pudiera reinsertar nuevamente a la sociedad como si se tratara de un ex convicto. La directora me felicitó (¡sorpresa!) y me dijo que ojalá muchos padres tomaran el asunto en sus manos, que  era lo mejor para mi hijo. Lo admito, en ese momento solo pensé que estaba feliz de deshacerse de nosotros.
Cabe señalar que ya tenía a Santiago educado en casa y me sentía muy capaz de poder hacerlo, eso me dio valor.

El oasis -Hogar dulce hogar 


Ese mismo año cuando cumplió 10 lo inscribí en INEA y terminó la primaria estando todavía en 5o, no había necesidad de hacerlo, pero quería que él viera que sí tenía la capacidad de hacerlo, mejorando así su autoestima, que dejara de creer que era el burro del salón y en definitiva que cerrara ese capítulo.

Educando en casa, descubrí muchas de sus manías y cosas tan simples como por qué siempre perdía los lápices. Entendí mucho de sus periodos de atención, cómo motivarlo, qué le interesaba, cómo aprendía mejor, etc.

Fue como ese día en el que nos conocimos por primera vez cara a cara, solo que ahora él tenía 10 años  


Esto significó para nosotros libertad, fue un nuevo comienzo en nuestras vidas, la dinámica familiar cambió muchísimo, mejorando las relaciones entre nosotros, todos felices.

Homeschool 

Aunque él ya había terminado primaria continué enseñando 6o grado y todo fluía, estaba embarazada de mi cuarto hijo, ya tenía también a mi hijo mayor en casa, así que todo iba bien. Para cuando él pasó a primero de secundaria, comencé a ver apatía, el rush de estudiar en casa, el entusiasmo, la novedad, ya había pasado y  estaba volviendo a las viejas formas, todo lo hacía extremadamente lento, pausado, iba y venía por un lápiz, luego por el borrador, etc. hacía largas para que pasara el tiempo, podía tardar hasta 2 horas frente al libro sin hacer la actividad, se distraía con cualquier cosa,  tardaba un tiempo exagerado en desayunar, tardaba en apenas disponerse a iniciar las actividades, tardaba horas en materias como español y matemáticas, quizás no todos los días o no igual cada día, pero era una constante. Cambié estrategias, recursos, buscando la manera de motivarlo, pero no había cambios, en este punto yo no sabía si era una cuestión de actitud o realmente él no tenía la capacidad de hacer las cosas. Quería que aprendiera a su ritmo, pero empezaba a cuestionarme si su ritmo siempre sería el mismo.
La tensión volvió nuevamente y es cuando me angustié muchísimo, pensé que lo había “curado” con amor y homeschooling y no era así.

 Esta es la parte de mi vida en la que me siento sin rumbo

Seguramente en este punto de la historia se preguntarán por qué no busqué antes la ayuda de un profesional, un psiquiatra, neurólogo, psicólogo, etc. La razón es que sentía que no podía confiar en ellos,  en todos los años de escuela  los maestros lo “diagnosticaron” con TDAH, todos los niños con problemas de aprovechamiento académico  eran derivados  a psiquiatría.
Evidentemente yo no quería que mi hijo dependiera de pastillas toda su vida, tenía miedo de que si iba con un neurólogo  seguro le encontraría lo más mínimo para derivarlo; que si iba con un psicólogo me dijera que  debía estar en terapia toda su vida o peor aun que dijera que no tiene nada y que esto fuera mentira;  que si iba con un psiquiatra me dijera que lo tenía que medicar; eran  prejuicios, desconfianza y miedo.

El tiempo fue pasando entre subidas y bajadas, siempre con la esperanza de que mejorara, tal vez era que estaba llegando a la pubertad, pensaba.
La parte más difícil fue reconocer que yo ya no puedo hacer más por él, que necesito ayuda, que esto escapa a mis capacidades, que no puedo hacerlo yo sola, por medio de un amigo de la familia llegamos con un  neuropsicólogo, pensé “¡genial, 2 en 1!”… y aquí comienza otro viaje.

En retrospectiva

Estas fueron las constantes que mi hijo presentaba y qué por sí mismo puede no decirnos nada, incluso son cosas que podemos observar en muchos niños sin que esto represente un problema. 
Este no es un test, para saber si tu hijo tiene algún problema de aprendizaje debes consultar a un especialista.

  • Inatención
  • Ausentismo
  • Ensoñador
  • Incapacidad para terminar una actividad de principio a fin
  • Descuidos y olvidos frecuentes
  • Pérdida de útiles escolares
  • Lento tiempo de respuesta
  • Desconectado de la realidad
  • Fantasioso
  • Extremadamente sensible

Me sentí culpable al pensar que lo que sea que tuviese era mi culpa, que de alguna manera yo lo provoqué, tal vez si hubiera estado más tiempo con él, tal vez si no hubiera trabajado, tal vez si no hubiera hecho tanto ejercicio en el embarazo, tal vez si lo hubiera metido desde 1o de preescolar, debería de haber buscado ayuda antes, etc.

Me sentí impotente porque traté de compensar mis culpas y poner todo para ayudarlo y había fracasado, hubiera querido poder entrar en su cabeza y conectar los cables sueltos.

Me sentí desesperada, sola y juzgada, porque los demás empezaban a encasillarlo, hacer comentarios como “uy! con suerte va a acabar la secundaria” “Lo que necesita es estar en la escuela para que se motive con sus compañeros”



En conclusión creo que como padres nos cuesta mucho aceptar que nuestros hijos son diferentes, porque diferente tiene una connotación negativa, porque diferente significa no ser aceptado, no ser integrado, porque diferente requiere más esfuerzo. Nos empeñamos en que encajen, en que sean igual que los demás, que estén al mismo nivel que la mayoría, los empujamos para que los alcancen, en la carrera más injusta de todas, en la carrera del sistema. Los niños que tienen necesidades especiales para aprender no son peores que el resto, simplemente son diferentes y diferentes ¡está bien!

Anecdotario
Cuando era maestra, en el colegio tuvimos una feria de emprendimiento, en la que los chicos se organizaban por equipos para montar un negocio y el día de la feria venderían su producto. Por un lado teníamos a un equipo conformado por todos los niños destacados del salón, los aplicados, los de mejores notas, los más analíticos, los llamados inteligentes; por otro lado el equipo conformado por los de más bajo rendimiento, los de las notas más bajas, los que tenían más reportes disciplinarios, los que no hacen la tarea, los que nadie apuesta un peso por ellos. ¿Ustedes cuál equipo creen que recaudó más dinero?
El equipo de los rezagados venció y por mucho al equipo de los aplicados, ¿Saben por qué? porque ellos tenían habilidades e inteligencias que los otros no tenían.  Por un día esos niños tocaron la gloria y  todos aprendieron una cosa:  las notas no definen el éxito de una persona.